Embriagante

No hay nada mas rico que enviciarse con el amor, resulta tan satisfactorio ser un borracho por caricias

miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿Son de verdad los puntitos blancos que se miran en el cielo y parecen lucecitas?

Tengo contadas las veces que he mirado al cielo con ganas de volar y tomar con las manos una de las estrellas. A la Luna siempre la quiero bajar para que duerma conmigo por eso de mi miedo oculto a la obscuridad, pero esa es otra historia.

La primera vez que vi un cielo casi “increíblemente” estrellado, fue una vez que regresaba de Acapulco, era de noche y veníamos mi prima, mi tía y mi mejor amiga cantando las rolas de Margarita a todo lo que da. Yo, como casi siempre que escucho las dolidas de la diosa de la cumbia, suspire para recordar lo bonito que es estar enamorada y eche la cabeza hacia atrás; venia sentada en el asiento trasero del tsuru y pude mirar al cielo. Digo que casi increíblemente estrellado porque nunca había imaginado que cupieran tantas estrellas en el cielo, o sí lo imaginaba nunca creí verlo. Eran muchas estrellas y todas me sonreían, yo les sonreí como buen gesto de generosidad por salir a verme.

La segunda vez que quise volar fue un poco más romántico, habíamos ido a acampar a San Juan Teotihuacán mi novio en ese entonces y un par de amigos bien borrachotes. Nos habíamos querido sentir muy machos y cada quien había comprado una botella de lo que le gustara para bebérsela solo. Yo no llevaba ni un cuarto de ron cuando el alcohol y el amor me vencieron, recuerdo que “mi novio” y yo nos tiramos en el pasto para hacernos promesas de amor irrompibles e incumplibles, esto último yo no lo sabía entonces y ese día fui la mujer más feliz del mundo por mirar un cielo que nadie más estaba mirando. Un cielo mío con montones de estrellas brillando solo para mí.

La tercera vez fue este martes. Venia de Puebla con mi hermano y Vero, mi cuñadaamiga, cuando ella dijo: "¡Ay! Miren que bonito esta el cielo, hay muchas estrellas"; yo estaba sentada en el asiento trasero de la camioneta y no tenia forma de verlo, entonces me levante del asiento y de manera arriesgada me cruce por el frente de Vero y saque la cabeza, el aire frío y el cielo tan lleno de estrellas me hicieron sentir ganas de volar. Además de sus cerros y recuerdos, Puebla me ha dado un motivo más para amarlo.

Ahora sólo espero un día poder mirar más cielos estrellados y entonces extender los brazos para convertirme en luciérnaga y parecerme un poquito a las lucecitas que estén sobre mí.

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